Siempre habrá vasos vacíos

Julieta Al
2 min readOct 9, 2020

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Llega el día de la madre. No puedo no pensar en la mía, cuya ausencia cala profundo y se me sienta a la mesa del café diariamente. No puedo no pensar en mis abuelas, en mi tierra, en mi río. En cómo nuestra historia se pierde si no escrita, en cómo en el medio de deshacerse de todo y dejar algo, se reescribe una historia que ya empieza contada por la mitad.

Qué curioso descubrir mi nacer en familia de mujeres de río y, sin embargo, haber desembocado en el mar, en la gran “calunga”, el desierto mojado: árido e infecundo.

Puede que eso quiera decir que me toca procesar y dar forma a tanto agua, y, al entender la piedra esculpida, deshacerme en espuma. Pienso en este trayecto del agua familiar como forma de depurar lo que es muy pesado para acumular, la historia que queda en el registro que un día da al olvido. El encuentro del río con el mar.

A veces pienso que permitir el olvido también es dar origen a nuevas narrativas a partir de lo que queda.

Pienso en mi abuela Elba, en su amor por las sandías y el chanchito al borde de la ruta. Pienso en mi bisabuela Alicia llorando al pie de su camelia. Pienso en mi tatarabuela y lo único que sé es de sus ojos color mate cocido y de su nombre. Y pienso que puede que eso baste para contar una historia.

Pienso en mamá, en las promesas que busco siempre cumplir. En sus cuadernos de receta, que en sus últimos días escribió incesantemente. Pienso en el rocío, en ese agua que tan corta vida tiene pero que alimenta a la vida.

Por acá, seguimos pensándote, reorganizando el vacío, entre la lágrima y la espuma en la esponja de lavar platos. Entre la eternidad y los vasos vacíos.

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